Por William Laferriere
Estoy sentado tranquilamente, sorbiendo y disfrutando
Una taza de café increíble, rica y oscura,
El amargo elixir de oro negro de Colombia.
La puerta abierta da paso a un animado y hermoso día de principios de primavera,
Las lluvias de abril han dado paso
A un sol glorioso, acogedor, que calienta el cuerpo, dirigiéndose cuidadosamente a
La floración de azaleas, forsitias y lilas.
Los robles y arces se alinean con sus nuevos brotes,
Como si se deslizara hacia algo más alegre,
Un tono verde claro y efervescente,
La dulce renovación de la naturaleza.
Mi cachorro olisquea una, dos y otra vez,
Antes de lanzarse a la escalinata,
Observando las sombras que se mueven bajo el dosel camuflado
Del coto vecino.
Observa atentamente, deseando sólo
Que podría unirse a la nueva cría de coyote (Canis latrans)
Mientras juguetean entre ellos
Bajo la atenta mirada de sus padres alfa.
Una vez que salen a la luz del sol, me fijo en las orejas puntiagudas y los hocicos delgados,
Caras marrón grisáceo, tintes rojizos en las orejas,
Pelajes gris plateado adornan sus lomos,
Y una cola fina, caída y tupida, parecida a la de mi viejo pastor alemán, Zappa.
La madre se contonea alrededor de su manada,
Todavía recuperándose del nacimiento de estos mismos 7 cachorros,
Sabiendo que están a salvo dentro de los confines de este enclave vallado,
Ambos padres cazan obedientemente el desayuno,
Alimentan a sus crías y muestran un cuidado primario.
Por fin me queda la siguiente reflexión:
Hay orden en el mundo natural,
Para cada llamada una respuesta,
Por cada golpe un contador,
Por cada hoja arrancada, un nuevo brote,
Por cada muerte, una nueva vida.
Todo tiene un propósito.
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