Por Sara Kandler
La última vez que te vi con esa sudadera de polo color vino fue en el llamado centro de rehabilitación justo antes de que se te empezara a hinchar la pierna derecha, la urticaria subiendo como una marea roja hacia el pecho que te llevó de vuelta a Urgencias, donde te metieron la ropa debajo de la camilla y tres días después la metieron en una bolsa de Stop & Shop junto con los audífonos y las pilas de repuesto, spray nasal, palillos de dientes y trozos de papel en los que escribiste notas apenas legibles: no olvides llamar a Audrey al hospital, responde al correo electrónico del fondo de inversión, hay una vieja amiga llamada Deborah en la lista...
La bolsa de Stop & Shop viaja en la parte trasera de mi Honda sobre una pila de carteles de alumnos de octavo curso, poemas y dibujos de amor y devastación.
Me dicen que deshaga mi pena, mis remordimientos.
No me atrevo a desempacar nada.
Un pequeño pelo blanco, una migaja diminuta, el olor de ti, conservado.
En su lugar, guardo conmigo estos artefactos apilados.
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