Existe un mito cruel sobre la supervivencia al cáncer. En este mito, cuando el tratamiento médico tiene éxito, la historia termina.
Después de haber sobrevivido al cáncer, retomamos nuestras vidas donde se interrumpieron y seguimos adelante, con mayor gratitud por los actos sencillos de la vida cotidiana y la claridad de propósito que sólo un roce con la muerte proporciona.
La verdadera historia no termina así.
En cambio, vivimos en el limbo. Después del cáncer, sabemos que pisamos terreno incierto.
Tenemos que adaptarnos al trauma que suponen para nuestro cuerpo los efectos de los tratamientos intensos y las intervenciones quirúrgicas. Algunos síntomas (y tratamientos) pueden durar meses, años o incluso el resto de nuestras vidas.
Además del trauma físico, hay:
El trauma emocional,
La pena,
La pérdida de nuestros cuerpos tal y como los conocíamos,
La pérdida de la confianza en nuestro mundo y en algunos de nuestros seres queridos que desaparecieron o no aparecieron cuando los necesitábamos.
Nos sentimos inseguros y angustiados por lo que nos espera. Ya no hay orden en nuestro universo.
Cuando reanudamos la vida cotidiana, estamos desorientados, confusos, fragmentados, preocupados, nerviosos y ya no "encajamos". Las personas de nuestra vida creen que estamos volviendo a la normalidad, pero nadie se da cuenta de que la normalidad en realidad ha desaparecido.
Las trivialidades de la vida desaparecen y no hay duda de lo que es importante, pero los que nos rodean tienen problemas para relacionarse con nosotros, y nosotros con ellos. Es un lugar solitario.
Todas estas cosas se omiten en el mito de la supervivencia.