Por Sara Kandler
Aparcacoches, gracias a Dios
estable ahora
puertas de cristal, línea de registro, control Covid
estamos bien
estamos bien
encontrar una silla de ruedas
las manos agarran fuerte
contar chistes de cementerios
en lucha o huida
yo con mi vestido de estampado atrevido
volando
tú con tu sudadera deportiva
un brazo fuerte
un salvavidas desde el segundo piso
colgando
el anillo de oro del carrusel
Que te admitan como si fuera Harvard
ni te rubí ni patio de hiedra
sino interminables paredes beige y amarillentas
soso laberinto de puestos mohosos
barrenderos, cambiadores de camas, tomadores de pulso
inyectores, inspectores
con trajes de color verde o azul
ni una sola vez te expliqué
luego los plomos atraviesan cortinas monótonas
bolsillos blancos blanqueados
nombres en cursiva
di hola, Sam o Jane
sin vergüenza
tiro con honda colgado del cuello
oír corazones, escanear cartas
dar órdenes, dar el visto bueno
Noventa, seguro, pero no veo por qué
diría que no a probar la quimioterapia
no hay garantía (no voy a mentir)
podría sorprendernos a todos
volver a dar clase este otoño
tarros de luz solar
humos del coche
plegarte
después de viajar lejos
a una galaxia clínica
yo, tu novato apoderado
e instalarte en casa
demasiado a menudo solo
mesa larga de caoba
periódicos esparcidos
gafas, medicinas, radio
una taza alta de té descafeinado -
Valió la pena, papá, ¿ves?
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